De lo real y lo imaginado
Nada más elemental que la humana aceptación de lo desconocido tratando de hacerlo cotidiano: la imaginación no crea -dicen- sólo combina y examina lo creado en otras contiendas y otras circunstancias. Pero sucede que, cuando esa combinación y ese examen resultan minuciosos, elocuentes y sugestivos, la imaginación se emancipa de todo control, se asoma -no sin ternura- a lo imprevisto y se propone crear una realidad “otra”, segura y consciente de su creatividad.
Cuando a través de la imaginación se combinan intereses precisos y avatares premeditados, aunque sea por casualidad, muchas veces esa misma imaginación -siempre turbulenta e imprevista- encuentra un rumbo y recrea lo creado favorecida por la fantasía, y da como resultado algo absolutamente nuevo, algo que resulta original. No hay cánones ni axiomas prefijados para la creación, sólo normas; ejemplos hay que no dejan espacio para la duda
Tal es la combinación que se logra al vincular la realidad convincente de la experiencia de un fotógrafo -acostumbrado a ver la realidad tal cual y a veces (sólo a veces) recrearla-, con una poética esencialmente imaginativa y basada en lo cotidiano, de un individuo cuya experiencia descansa en el dibujo , la ilustración, el grabado o la pintura. En el primer caso, el sujeto de la acción –el fotógrafo- conoce la realidad, la observa, la capta según sus necesidades creativas y quizás la transforme; el otro sujeto procede desde la otra rivera, su realidad nace de la observación –como mismo sucede al primero-, pero nace recreada y así se trasmuta en formas virtuales, máxime si lo asiste una gran capacidad de fantasear.
Gabriel Gejo Mateos y Juan Vicente Rodríguez Bonachea –español uno, cubano el otro- forman este dueto versátil y lúdrico que juega a combinar realidad y fantasía haciéndolas coincidir de alguna manera en el plano del discurso pictórico dimensional: el óleo y el lienzo. En los préstamos logrados entre ambas poéticas, Gejo -el fotógrafo- entra al ruedo con la proposición de una idea que, curioso y cómplice, ha tomado prestada de la realidad (un seno, la Catedral de La Habana, el malecón habanero) y se dispone a esperar lo inesperado. Bonachea asume la imagen inicial como pie forzado, y sobre ella despliega su prodigiosa fantasía, su mundo convincentemente imaginario plagado de seres metamorfoseados y sublimemente atareados que nunca rehuyen de su vínculo con el mundo animal o vegetal, y que nos conminan a la paráfrasis. El resultado final es otro.
Paradójicamente a ambos creadores los une intereses convergentes aunque que cada quien resuelva sus asuntos con las herramientas de su especialidad: la luz (real, imaginada o virtual), lo anecdótico, lo circunstancial, la parábola, la invención, las “segundas lecturas”, la pulcritud de la imagen representada. Todo eso –y mucho más- encierran estos lienzos pletóricos de la mejor y más cotidiana fantasía, cuya singularidad descansa en la sutil y supuesta incongruencia de los títulos de sus obras.
Es el duelo convergente, oportuno, casual, de la realidad y la imaginación, mundos que se trastocan amablemente: ora en la realidad de la imaginación, ora en la imaginación de lo real, posesionados en las fronteras más auténticas del arte.
Dra. Concepción Otero Naranjo
Facultad Artes y Letras-Universidad de La Habana
La Habana, junio de 2006.